Comandante Alfonso Cano,
morir es estar en todas partes en secreto
Por Carolina Trens
A propósito de
los diálogos, aun no se sabe si de paz en la Habana, los representantes del
gobierno, de la oligarquía, de los latifundistas y terratenientes, de las FF.AA
y de la policía no saben quien es la contraparte, no tienen idea quienes son
los representantes de las FARC en la mesa ni a quien representan.
La burocracia
estatal quiere convencer a la opinión colombiana y mundial que representa una
democracia autentica, la mas antigua de américa latina; para ellos es una
verdad de a puño, no tiene discusión, hay que asumirla así como un axioma, como
el misterio de la Santísima Trinidad.
Los delegados de
Santos y él mismo, sufren de disociación
que en sicología y siquiatría es una
terrible enfermedad donde quienes la padecen configuran elementos inaceptables
que son eliminados de la autoimagen o negados
de la conciencia. De esta manera se ha negado durante más de
50 años la inexistencia de la democracia en Colombia, la cual no existe ni
siquiera en el sentido elemental y pobre de las elecciones.
Cualquiera en sus
cabales sabe que en una democracia no hay desaparecidos, ni masacrados, no se
asesina por pensar distinto; no existe el destierro, no se saca a la gente del
campo a sangre y fuego para limpiarle el camino de las riquezas del país a las
transnacionales; en una democracia se construye sociedad, no se persigue y
aniquila a las organizaciones populares. La UP[1] no
solamente fue “eliminada de la autoimagen o negada en la conciencia” de los
burgueses colombianos, ¡no!, fue un genocidio estatal, delito de lesa
humanidad.
Así lo cuenta
Carlos Ossa, uno de los tantos comisionados de paz: “Un día llegué muy temprano
a la Casa de Nariño. No recuerdo a quién habían matado. Eran tantos. Me
encontré con el ministro de Defensa, el general Rafael Zamudio, y le dije:
“General, no sé qué vamos a hacer, pero todos los días matan a un miembro de la
Unión Patriótica”. “A ese paso no van a acabar nunca”, me dijo con sorna, con
un humor negro que me dejó frío”[2].
Volviendo al
tema, los psicoanalistas dicen que “la disociación es un mecanismo de defensa que consiste en escindir elementos
disruptivos para el yo, del resto de la psique. Esto se traduce en que el sujeto convive con
fuertes incongruencias, sin lograr conciencia de esto”. Por favor, ¿Dónde hay
un complejo clínico lo suficientemente amplio como para meter a toda la clase
política, empresarial, narco paramilitar de Colombia?
Es una gran
incongruencia proponer un diálogo para terminar el conflicto armado y al mismo
tiempo negarse a debatir en serio los problemas de fondo del país. Pretender
acabar con la exclusión y comenzar a hacerlo “excluyendo” del debate temas como el de Seguridad Nacional y
Fuerzas Armadas, desarrollo económico y participación popular. Incoherencia es
firmar para el mundo, a eso vino Ban ki Moon representante del mundo, una ley
de restitución de tierras y al mismo tiempo consentir (por decir lo menos) la
existencia del paramilitarismo, principal instrumento asesino de la no
restitución.
Inconsecuencia es
pedirles perdón a los indígenas por las masacres de hace cien años y tener como
política “la locomotora minera” que ya va dejando a su paso una estela de muerte,
miseria, nuevos desplazados. Es bastante esquizofrénico proponer terminar con
la guerra y no empezar ya por un Cese al fuego bilateral.
Pero el colmo de
la disociación es ver a los
guerrilleros como extraterrestres. No son colombianos, no son revolucionarios,
no son luchadores. Son terroristas al servicio de intereses foráneos, narcos.
Eso se llama propaganda negra; eso es “mentir, mentir, mentir que de la mentira
algo queda” aprendido por los nazis colombianos de su gran maestro Goebbels[3].
En Colombia,
durante los últimos 66 años los 4 millones de victimas los ha puesto el capital
multinacional y nacional, los ricos con sus aliados del norte y su guerra contrainsurgente,
los gobiernos que aplican esas políticas, los congresos que legislan, los
políticos que se enriquecen. La guerra tiene unos responsables y unos
beneficiados, el narcotráfico tiene unos responsables y unos que se han hecho
inmensamente ricos, el paramilitarismo tiene unos financiadores, entrenadores y
responsables, la clase política se ha beneficiado con sus crímenes.
La insurgencia es
victima de esta realidad. Los guerrilleros no son de otro planeta, salieron de
los campos arrasados por la guerra, sus padres asesinados, sus familias
destrozadas, sus bienes arrebatados. El guerrillero es un héroe que se alza en
armas por lo único que le queda que es su dignidad y el amor por su patria. El
guerrillero es el excluido que quiere luchar, que no acepta hacer parte de los
cinturones de miseria de las ciudades, no acepta ser mendigo en los semáforos,
quiere superarse, ser ciudadano con derechos.
Si el gobierno y
sus representantes son tan serios como las FARC en la necesidad de encontrar
caminos para acabar la guerra de raíz, hay que empezar por reconocer las
verdades, las responsabilidades, reconocer que este es el momento de dar los
debates políticos, los debates sobre el proyecto de país postergado a sangre y
fuego. La paz será posible cuando construyamos entre todos los colombianos un
país diferente, donde no se mate al otro para mantener unos privilegios y donde
ese otro no se alce en armas para defenderse, así en un comienzo seamos un país
pobre. Superar de fondo, estructuralmente las condiciones que han generado la
guerra es la tarea de la paz.
[1] Unión Patriótica, partido político surgido de los acuerdo de la Uribe
entre el Gobierno de Betancur y la guerrilla de las FARC, aniquilado por agentes del estado.
[2] www.semana.com/wf_ImprimirArticulo.aspx?IdArt=161077
[3] Propagandista de Hitler, controlaba la radio, televisión, cine, literatura, etc. Impedía que saliera la información del exterior. Inauguró lo que hoy en día se conoce
como el marketing
social, ensalzando muchos sentimientos de orgullo,
promoviendo odios y convenciendo a las masas de cosas muy alejadas de la
realidad.