A la
formidable insurgencia de las FARC en sus 50 años
Por Carolina Trens
Decir
hoy en día que el narcotráfico sostiene a las economías más importantes del
mundo, como la estadounidense, no es ni osado, ni temerario, ni exagerado.
Desde hace años la mayor acumulación capitalista y sus ganancias se producen por
negocios ilícitos como la venta de armas, el narcotráfico, la trata de
personas. Tampoco es un secreto quiénes están detrás de estos negocios: organizaciones
de la mafia moderna de la droga integradas por presidentes de países, jueces,
ministros, importantes políticos de carrera; los bancos, los servicios
secretos, los medios de comunicación. En esa lista no aparecen las FARC.
Cada
vez más, Estados completos, instituciones y personas constituyen una red
estrechamente tejida, que se extiende más allá de los límites de las fronteras de
cada país, anudando una red global. A la formación de esa red mundial de la
mafia o del narcotráfico le cayó como anillo al dedo lo que desde los años 90 se
llamó la globalización. Eso de la liberalización del movimiento internacional
de mercancías, personas, capitales, información, puso el negocio en su punto
máximo. Y las ganancias también… De las FARC, nada.
En
Colombia hay registros de la existencia de cultivos de marihuana en 1925, pero
en 1960 una delegación colombiana que asiste a una reunión de Interpol en
Washington, dice: “el tráfico ilícito de marihuana es extendido”. Un año
después, ante el “Grupo Consultivo Interamericano sobre fiscalización de
estupefacientes” en Río de Janeiro, Colombia informa que se cultivaba marihuana
en el Valle del Cauca, Caldas, Antioquia, la Costa norte, Huila, Tolima y
Cundinamarca. Agregaba que Bogotá “últimamente se ha visto invadida por
traficantes y mafiosos”. ¡Las FARC no habían nacido!
El
presidente Alfonso López Michelsen durante su mandato entre 1974 y 1978, abrió
la “ventanilla siniestra” del Banco de la República por donde empezaron a
lavarse las primeras fortunas del narcotráfico e ingresando a la economía del
país. Este hecho, más la ausencia de una reforma agraria, la exclusión política
de amplios sectores producto del Frente Nacional[1],
el exterminio de medio millón de colombianos en lo que conoce como la
“Violencia”[2],
la injerencia norteamericana responsable del asesinato del gran líder Jorge
Eliecer Gaitán, propiciaron el rumbo mafioso que tomó Colombia desde esa época.
Las FARC tendrían unos 300 guerrilleros.
Desde
el Estado se orientaron políticas no sólo de captación del dinero “sucio” de
los carteles, sino de entregarles funciones represivas, funciones de “orden
público”; es así como se construye el siniestro triángulo
FF.AA-paramilitares-mafia. Aparecen en las regiones del país los carteles de la
droga, asociados al poder liberal-conservador, al ejército, a la policía, a la
armada, a los servicios de seguridad. ¡Y el gringo ahí¡
Fue
el embajador norteamericano Lewis Tambs quién en 1982 acuñó en Colombia el
término “narcoguerrilla” candorosamente gritando “cojan al ladrón”. Al poco
tiempo Tambs fue implicado en el narcotráfico destinado a financiar la Contra
nicaragüense. La ayuda a la contra nicaragüense provenía de tres fuentes: la
CIA, el tráfico de armas a Irán y el tráfico de drogas; el Cartel de Medellín y
el Cartel de Guadalajara, México, por medio de Escobar, Rodríguez Gacha, Rafael
Quintero, Miguel Gallardo y Juan Matta-Ballesteros montaron una infraestructura
en Yucatán para facilitar la introducción de cocaína en los EE.UU., es decir, apoyaban
económicamente a la Contra a cambio de facilidades para introducir drogas en la
potencia mejor vigilada del mundo.
Donde
el Imperio obtiene sus mayores ganancias, ya sea por concepto del narcotráfico,
o del petróleo, de la venta legal e ilegal de armas, o del coltán, allí donde
se obtiene ese lucro se paga con sangre, con violencia y guerra, destrucción de
culturas, con millones de víctimas de naciones y pueblos enteros.
El
pueblo colombiano ha sido víctima de esa maldición llamada narcotráfico, que ha
enriquecido a los mismos, a los que una vez llenó de dinero el café, las
esmeraldas, las flores, el petróleo, el aceite de palma, los que ahora
pretenden vender la patria a pedazos con la extranjerización de tierras y los
contratos mineros. De un día para otro la lista Forbes se engordó con varios
colombianos que en su vida han producido absolutamente nada para la sociedad.
Las FARC no aparecen en la lista Forbes.
Esa
maldición fue la que en alianza con las FF.MM., el 5 de noviembre de 1985 dió
el golpe de estado definitivo y se tomó el poder por las armas. El holocausto
del Palacio de Justicia, la incineración de una rama del poder burgués,
inauguró la era del poder mafioso y paramilitar en Colombia que se consolidó y
llegó a su punto culminante con la elección de Álvaro Uribe Vélez a la
presidencia. No hay lugar ni espacio dentro del estado colombiano que no esté
copado por el narcoparamilitarismo: de ahí el poder de Uribe.
La
toma del estado por esa nueva y tenebrosa fuerza cobró sus víctimas y en una
sola campaña electoral fueron asesinados tres candidatos presidenciales: Luis
Carlos Galán del Nuevo Liberalismo, Bernardo Jaramillo de la Unión Patriótica[3],
Carlos Pizarro líder del desmovilizado M-19. Antes asesinaron a Jaime Pardo
Leal de la Unión Patriótica y se produjo el genocidio de más de 6.000
militantes del partido UP. El nuevo Estado propició el despojo de más de 10
millones de hectáreas de tierra, desplazó por lo menos a 6 millones de
campesinos, 75% de los cuales pasaron de ser propietarios a indigentes. Las
FARC recibieron en sus filas a cientos de perseguidos y despojados, quienes se
alzaron en armas contra el estado victimario, esa es la razón de su auge y no
otra.
Hoy
Colombia es el tercer país más desigual en América Latina, con la mayor
concentración de la tierra, donde han matado 80 veces a la dirigencia sindical
de la nación, donde existen escuelas de sicarios, ya no en lugares apartados
como los de Castaño o Mancuso[4],
sino, ni más ni menos, que en la capital de la Alianza Pacífico, Buenaventura,
una de las ciudades más militarizadas, llamadas “casas de pique”[5].
Las
FARC han tenido muy claro que el narcotráfico atrofia, desdibuja las relaciones
de producción capitalistas y aleja a las masas populares de la lucha
revolucionaria, les crea la ilusión del dinero fácil, del enriquecimiento exprés,
aparentemente borra las diferencias de clase, elimina la ética del trabajo, la
solidaridad de clase, la cultura popular, corrompe y desmoraliza. Si una
guerrilla revolucionaria se permeara de narcotráfico tendría sus días contados.
La mafia, su dinero, sus redes, cumplen un papel disociador, un papel contrarrevolucionario.
En Colombia el estado y la política gringa contrainsurgente, le asignaron al
narcotráfico, tanto como al paramilitarismo, el rol de exterminadores de la
revolución y de los revolucionarios.
Estos
elementos, conocidos por todo el mundo, demuestran la imposibilidad de que las
FARC sean narcotraficantes o un cartel de la droga; ahora, cuando a propósito
de la firma en los diálogos de la Habana del punto sobre ese tema algunos resaltan
dizque “la importancia de que las FARC abandonen el narcotráfico”, lo único que
muestran, en el mejor de los casos, es una ignorancia supina; en el peor, el
propósito de mantener el manto de mentiras, en aras de preservar el negocio: “¡cojan
al ladrón!”.
[1] Acuerdo entre las cúpulas liberal conservadora para turnarse el
poder, repartir por igual el Congreso y demás cuotas burocráticas.
[2]El partido conservador para mantenerse en el poder adopta como
política el exterminio de sus adversarios políticos los liberales, comunistas,
socialistas. En respuesta se conforman respuestas armadas, la guerrilla liberal
que llegó a contar con 50.000 hombres en armas. Se desata una guerra civil.
[3] Partido político que nació de los acuerdos de paz entre la
guerrilla de las FARC y el gobierno de Belisario Betancur.
[5] Sitios donde las personas son torturadas y desmembradas vivas.