Por
Carolina Trens
Se pronunciaron los cacaos[1]
y una vez más como solo ellos, los dueños y amos de todo, saben hacerlo: con
mezquindad.
El Estado en Colombia desde hace más de 70
años le debe al desarrollo una reforma agraria plena, los cacaos jamás han
puesto un peso para esa obra. Tampoco lo han hecho por la salud de los
colombianos, ni por la vivienda, ni por la educación, hacen muy poco por el
empleo y menos de menos por los salarios y derechos de los trabajadores; lo
justo y necesario para que sus ganancias multimillonarias se mantengan y
crezcan. Son notables los esfuerzos de estos patriotas por no pagar impuestos,
por evadirlos y encuentran en los gobiernos elegidos por ellos a sus más
esforzados colaboradores dictando leyes que legalizan este crimen.
Nada de esto es tan grave, al fin y al
cabo, en cualquier país del mundo los ricos hacen lo que les viene en gana. Lo repugnante
y nauseabundo de los dueños del poder en Colombia es que han hecho sus fortunas
sosteniendo una guerra interna, a un costo incalculable de dolor y muerte de
millones de colombianos de los más humildes, de los más desprotegidos, también
de pequeños y medianos propietarios porque 78% de los seis millones de
desplazados lo eran y los convirtieron en mendigos gracias a la “seguridad
inversionista” de Uribe[2].
Los capitalistas, para enriquecerse más,
invierten, producen bienes materiales (a veces basura), construyen, desarrollan
infraestructuras, explotan gente y dan empleo, algunos programas en servicios y
en las necesidades básicas, lo necesario para la “reproducción de la fuerza de
trabajo”. En Colombia los capitalistas no salen del feudalismo. Por eso el país
tiene un atraso de cien años en infraestructura con respecto a otros países vecinos.
Sostienen un régimen político que les asegura las máximas ganancias,hoy en los
sectores minero y de hidrocarburos, es decir, saqueando el país; lideran las
ganancias de Ecopetrol con ventas de $68 billones, seguida por EPM con $12,6
billones y Terpel con $10,5 billones, siguen Almacenes Exito y Pacific Rubiales.
Las ventas conjuntas de las 5000 empresas más grandes del país alcanzaron en 2012 $697 billones de pesos. Las empresas
no dan cuenta por obvias razones fundamentalmente “éticas” de las ganancias por
el lavado de dinero.
Estas “pobres viejecitas” sin nadita que
comer, ni que vestir, ni que ganar, se insertan en el proceso de paz de la
Habana con una “gran iniciativa” mediática: Soy capaz. Dicen con orgullo que no
les generó ningún sobrecosto y que tampoco se van a apropiar de la campaña y
que generosamente le dejan la acción a la gente, a los millones de colombianos.
En el acto de lanzamiento altos ejecutivos de las empresas se despojaron de costosísimos zapatos de
marca y se enfundaron botas de caucho, tenis y alpargatas. Con eso querían
decir que ellos eran capaces de ponerse en los zapatos de otro y también de
perdonar.
Así por la televisión colombiana, la radio,
los medios escritos, internet, desfilaron muchas personas perdonando, cambiando
de zapatos, siendo capaces de muchas cosas desde altruistas hasta francamente
ridículas. Los almacenes de grandes superficies se llenaron de productos con el
color blanco de la paz. Sea capaz y ayude a un empresario de Nestlé, de Alpina,
de General Motors, de Coca-cola, de la Federación Nacional de Cafeteros, de la Ford,
sea capaz y compre.
Es tal la perversión de la campaña de los
empresarios colombianos que participa hasta la embajada de los Estados Unidos.
Es una aberración convertir a las víctimas
en victimarios, ponerlos a pedir perdón sin discriminación alguna,
confundiéndolo todo, sin responsables, sin historia, sin contexto, la guerra
colombiana cayó del cielo y según los empresarios es una banalidad intentar
esclarecer cualquier verdad. Como si fuera poco anuncian que no van a poner la
plata para las “acciones” de paz. Señores feudo-empresarios: ni perdón, ni
olvido nunca jamás. Más temprano que tarde ustedes van a tener que responder
por los crímenes cometidos, como autores unas veces, como cómplices otras.
El perdón es la garantía de repetición y no
es nuevo en Colombia. El perdón es darle la razón a los masacradores, a los
señores de las motosierras y los hornos crematorios, a los de las casas de
pique, al sistema terrorista que los produjo, reprodujo y alimentó. Ni siquiera
el perdón cristiano es un cheque en blanco, implica la confesión de la culpa,
es decir, la verdad; la reparación y el propósito de la enmienda que es la
justicia. Dios, ojala existiera, se sonrojaría de vergüenza ante los prohombres
de la patria colombiana.
En medio de la cínica campaña de Soy capaz,
y en una semana, han caído asesinados por el terror ,del Estado colombiano,
Pedro Arizala dirigente popular de Nariño y miembro del movimiento político
Marcha Patriótica, Nelson Medina dirigente de la USO[3]
en el Meta, Álvaro Osnas, líder indígena Nasa en el Putumayo.
Soy capaz de no perdonar, de no olvidar.
Somos capaces con o sin empresarios de cambiar las costumbres políticas de este
nuestro país, de vencer al terror del estado y sus beneficiarios, de construir
un país de oportunidades para todos, rico en desarrollo científico-técnico, en
papa, plátano, yuca y cacao de verdad.