Apertura de embajadas
Por Antonio Villa
Como si fuera lo más
cotidiano del mundo, los medios colombianos registraron la apertura de
embajadas de Cuba en Washington, el pasado 20 de julio y de Estados Unidos en
La Habana, el 14 de agosto, en ambos casos con la publicación de una foto
izando las banderas.
Ninguno de los sesudos
comentarios, usuales en eventos de menor significación, acompañó el registro
gráfico. Lo más que llegaron a decir los plumíferos del régimen, es decir, casi
todos los periodistas, fue que con esas ceremonias se terminaron un poco más de
54 años del aislamiento que la gran potencia le decretó a la pequeña y heroica
isla para abortar su revolución.
Nada pasó en ese lapso, fue
un vacío histórico. Una ficción, una quimera, un sueño. Los intentos de
derrocar un gobierno por el bloqueo, las infiltraciones, la invasión armada de
mercenarios, las sanciones a quienes quisieron negociar con los cubanos, o
visitarlos, fueron insignificantes eventos. Unos pocos comentaristas profundizaron
sobre el monumental oso de la gran potencia.
Tiempos
pre electorales
“El corazón es una
riqueza que no se vende ni se compra, pero que se regala” Gustave Flaubert
En
estos tiempos preelectorales se le notan todavía más las virtudes a la flamante
democracia colombiana. Primero, las denuncias sobre trasteo de registro de
votantes hacia municipios de los amigos de los candidatos, donde será más
discreto y confidencial el conteo, para preservar la política sin principios.
Otro punto significativo de
esta contienda de votos es la organización de los grupos con intereses
especiales en departamentos y municipios del país, quienes aportan recursos a
un fondo para pagar los votos, las dádivas, el transporte para los votantes y
las partijas para los gamonales, contratistas, dispensadores de puestos.
Por estos días otro tema
sale a flote: los avales que deben dar los partidos, a cambio de sustanciales
donaciones, a los aspirantes a cargos de elección. Muchos de esos candidatos
están cuestionados judicialmente, o gestionan diligencias encaminadas a dilatar
el proceso para buscar la prescripción.
La masa más pobre, la
minoría más rica
La tasa de pobreza del campo
colombiano, 44,7%, es más del doble que la nacional, 21%, según el DANE, y
agrega: los alimentos nacionales y las materias primas de la industria de
transformación se produce en unidades agrícolas familiares de menos de cinco
hectáreas. 70% de los alimentos que consumimos lo producen esas familias de
campesinos.
41% de la tierra de uso
agrícola, de los 113 millones que se cultivan o “engordan” está en manos de
0,4% de propietarios, que las han adquirido echando mano de todos los recursos
a su disposición, no siempre de manera transparente, mientras que las familias
productoras sobreviven precariamente, mientras pueden vivir en paz con los
cultivos comerciales: café, caña, cereales, frutas, o de pan coger. Habrá que
ver que tan bien habidas son estas fortunas.
Desde 1970 a hoy se ha
incrementado la concentración de la tierra en fincas de 500 y 1.000 hectáreas.
Solo 9.6 % de la producción tiene asistencia técnica y solo 11% de éstos
productores acudió al crédito bancario. En este lapso de tiempo, es decir,
desde 1970 a hoy, ha crecido el número de mujeres que son cabeza de familia en
el sector rural y las que dirigen las fincas.
Durante los últimos años se
ha incrementado la dependencia de las importaciones de alimentos, hasta llegar
a 28% del total de la demanda.
La carga de miseria y
desolación del campo colombiano, de sus campesinos y trabajadores, de sus niños
y jóvenes sin oportunidades, de mujeres y hombres con hambre, partiéndose el
lomo de sol a sol, podría sobrevivirse, pero es que, además, del cielo solo
llueve plomo, el Estado con todo el poder de las armas propias y de sus
aliados: persiguiendo, desapareciendo, despojando, matando y matando.
Después tienen el cinismo de
preguntar: ¿Por qué en Colombia hay una guerra tan prolongada?