Por
Carolina Trens
Asombroso que en condiciones de la guerra
sin tregua de los medios de comunicación contra la información (¡vaya
contradicción!), de la guerra sin cuartel del ministro de Defensa, de la histeria
por todos los medios y en todo tiempo y lugar de algunos ganaderos,
latifundistas, paramilitares y narcos se haya llevado acabo el Foro Desarrollo
Agrario Integral con enfoque territorial, organizado en diciembre por el PNUD y
la Universidad Nacional a petición de la mesa de negociaciones entre la
guerrilla de las FARC y el gobierno colombiano que se desarrolla en Cuba.
La capacidad de lucha del pueblo colombiano
no tiene límite; tampoco su capacidad de reinventarse una y otra vez, luego de
enterrar por décadas a millones de sus muertos. Hace un tiempo Bogotá se
estremeció con la marcha de miles de pies indígenas, organizados, con sus
atuendos y su dignidad, con sus bastones de mando; con ojos brillantes y gestos
decididos le hicieron saber al país que ahí estaban, que no eran un invento,
que tenían historia, derechos y venían a reclamarlos.
Tiempo después la capital fue tomada por el
paso firme de miles de campesinos, dicen ellos que son Marcha Patriótica. Para
unos pocos, desentonaban marchando frente a entidades financieras, a empleados
- empleadas bien vestidos y peinados, frente a tiendas de ropa importada,
computadores, Black Berrys, Ipods y Ipads, tabletas, discos y memorias vacías ,
todo importado, comida importada. Frente
a todo lo que no es colombiano la Marcha Patriótica fue lo mas autentico y
representativo, el país profundo, la Colombia verdadera, la del futuro.
Los jóvenes dijeron: basta! Y salieron como
bandada de pájaros, enjambre de abejas, en un océano de voluntades, pintaron de colores
las ciudades, abrazaron a los policías represores, mostraron su piel desnuda,
ajena a la violencia y al terror en el que les ha tocado crecer. Se les oyó más
sapiencia que a la ministra de educación, un sentido de patria distinto al del
presidente, una mirada de años luz por el continente.
Décadas, años, meses, días con sus noches,
horas, minutos y segundos de intensa actividad y lucha, de resistencia, de
mucho dolor, de acumulación de saberes y esperanzas, de bregar para ser oídos,
escuchados, entendidos… Y por fin lo invisible se hizo visible, resonaron las
voces apagadas por el terror del estado, se lucieron todos los colores arco
iris y por un momento “ceso la horrible noche”. Más de 1200 delegados de tantas
otras organizaciones populares se encontraron en el Foro por la tierra y el
territorio para aportarle a la reconciliación del país.
Es así como, múltiples
expresiones de lucha popular han coincidido en un único propósito: la paz. Pero
no cualquier paz. Se colaron por la pequeña rendija del Foro agrario cientos y
miles de propuestas que configuran el concepto claro, nítido, inconfundible de
lo que para la gente colombiana es la paz. Para los campesinos, indígenas, negros,
hombres y mujeres la paz es tierra para producir, no es tierra para desplazar,
bombardear, enajenar. La paz son derechos políticos, económicos y sociales para
todos los colombianos. La paz es desarrollo y modernidad, pero también es
proteger la naturaleza y el medio ambiente, no es neoliberalismo trasnochado,
ni TLCs con países en quiebra. El campesinado, las comunidades negras
e indígenas quieren y deben participar en el diagnóstico de la problemática
agraria, en la definición de las estrategias y políticas y, por supuesto, en la
dirección ejecutiva y de control de lo acordado.
Conquistar
la paz para Colombia, significa en primer lugar, erradicar las formas de
propiedad de la tierra feudales y señoriales que han generado la guerra. Es restituirle
la dignidad aplastada y mancillada a los campesinos y a todos los trabajadores.
La paz es armonía entre el desarrollo agrario y el urbano elevando a nuevos
niveles la calidad de vida de nuestras gentes. La paz es erradicar la
corrupción que ha arrebatado los recursos destinados a la inversión.
En últimas
la paz es fundamental y principalmente hacernos a un nuevo Régimen Político que
erradique el terror, herramienta preferida por los terratenientes, los mafiosos
y paramilitares para ensanchar sus linderos a costa del sufrimiento de los
pequeños propietarios, de los indígenas, de las comunidades negras y de los
colonos. En consecuencia tendríamos que cambiar el modelo de desarrollo que
existe, y en este punto es donde se acaban las “buenas” intenciones del
gobierno y de sectores de la clase dirigente que dicen querer la paz.
Dice
Juan Carlos Echeverry, quien fuera ministro de Hacienda de Santos, refiriéndose
a los temas de reforma agraria, ordenamiento territorial y otros del foro, que “la
paz es importante, pero no le podemos sacrificar el futuro por un enfoque
conceptual parcial e inadecuado en el siglo XXI”[1].
También dice que “son la industria y los servicios donde más potencial de
multiplicación de valor hay”. Señor economista, ¿si modernizar la tierra y el
territorio no son tan importantes, por qué llevamos más de medio siglo en una
guerra impuesta por el sector que Ud. representa? Echeverry sabe el peso en oro
del sector servicios: él fue beneficiario de contratos con SaludCoop[2],
así como consultor de la recién quebrada Interbolsa. Es el ministro de esos
prohombres de Colombia que piensan como viven y viven como roban.
A otro renombrado economista Salomón Kalmanovitz
tampoco le parece relevante para el país el tema rural; él fue en su momento
vice director del Banco de la República cuando se legisló para el lavado de
dineros del narcotráfico. Tal vez eso si es modernidad para el empleado del
sector financiero.
Sectores económicos que se han beneficiado de la
guerra, del atraso, de las desigualdades que han puesto a un país rico como
Colombia a niveles de miseria de Haití (y solo de su desgracia jamás de su
heroísmo), no asistieron al Foro de la madre tierra, ni lo entendieron, ni lo
aceptan y son los mismos enemigos declarados de la paz.