jueves, 13 de junio de 2013

De victimas y victimarios



Por Antonio Villa

Nunca alcanza el tiempo como quisiéramos; las noches nos arrebatan horas de lectura y estudio, de debate, de aprender y enseñar. Estar siempre en movimiento, pendientes de la tropa enemiga, quita el tiempo para la organización, la propaganda, el trabajo político. Los guerrilleros de combate pelean en un lado y en otro, nuestros sentidos viven a ese ritmo, pendientes de ellos.

Mientras lavo la ropa en las aguas cristalinas de La Macarena pienso en lo que tendré que hacer entre lo que resta del día y mañana… interrumpe el oficial de servicio: Villa, lo necesita el Camarada. Eso significa que el Mono, el querido jefe Jojoy me manda llamar. En pocos minutos enjuago, termino y salgo al trote, en una mano la bolsa plástica con la ropa limpia, el jabón, la toalla y en la otra mi fusil.

El Mono sentado a la mesa pulida de tablas y palos, concentrado en la pantalla del computador, al tiempo oye noticias en alguna emisora. Pido permiso para pasar y él levanta su mirada azul, me saluda y me indica un banco al frente. Soy consciente del gran respeto y admiración que le tengo, pero me invade un cariño inmenso que no sé expresar; por eso me siento muy serio con el arma sobre las piernas.  

¿Ya descansó?, pregunta el Mono, le respondo que no, que apenas terminaba el baño y me dice jocoso que ese era mi descanso, que en la noche salgo con Leonel y Katherine para el 1r frente, que nos esperan. Arturo (Comandante del 1ro) ha ingresado a más de 80 nuevos guerrilleros, me cuenta, se le endurece el rostro y agrega: los sobrevivientes de Bedoya.
Harold Bedoya Pizarro se convirtió en comandante de la VII Brigada con asiento en Villavicencio, en diciembre de 1987. En las distintas unidades militares donde estuvo como comandante desplegó y fortaleció grupos paramilitares, desarrolló acciones conjuntas con miembros del Ejército, implantó la política de tierra arrasada como un fiel exponente de la doctrina de Seguridad Nacional superando a sus maestros quienes lo invitaron en 1979 como profesor a la Escuela de las Américas en Panamá y lo condecoraron con la Medalla de Reconocimiento al Mérito por el Ejército de los Estados Unidos en 1980, cuando fue comandante del Batallón Guardia Presidencial.

Había hecho “méritos” en 1978 como comandante del Batallón de Inteligencia y Contrainteligencia "Charry Solano" (BINCI), creando y dirigiendo una estructura paramilitar llamada "Alianza Anticomunista Americana - Triple A", autora de varios crímenes en Bogotá y atentados con dinamita perpetrados contra las instalaciones de la Revista Alternativa, y los periódicos El Bogotano y Voz Proletaria. Igualmente sus miembros ejecutaban asesinatos de miembros de partidos de la oposición y activistas sociales.

Durante la permanencia de Bedoya Pizarro en la comandancia de la VII Brigada operó con su apoyo la estructura paramilitar de Víctor Carranza; muchas de las armas que eran de integrantes del grupo estaban amparadas con salvoconductos de la Brigada. El Brigadier General siempre negaría que en el departamento existieran grupos paramilitares.

Sobre estos temas habló el Mono, a veces subiendo la voz, a veces echando madres contra los instigadores de la guerra y más contra los que se beneficiaban de ella. Los operativos militares al mando de Bedoya dejaron destrucción y muerte, desplazados, propietarios arruinados, huérfanos mucho dolor y odio. “Tenemos urgentemente que atender esa gente allá, confían en nosotros, no podemos defraudarlos”, me repitió varias veces. “Los nuevos van para curso básico militar, simultáneamente con Ud. en el curso básico político, de reglamentos, estatutos, normas internas y lo que de el tiempo, esa es la misión”.

El Mono insistía en la idea de sembrar en los nuevos combatientes sobre todo conciencia revolucionaria, que entiendan desde el punto de vista político, económico y social lo que les pasó, que si se quedan en filas lo que se espera de ellos, el compromiso con ideales de transformación y cambió para el país, para todos los colombianos, no es para recuperar fincas, caballos y vacas, no señor, para la toma del poder para el pueblo. Nuestra guerra es para imponer la paz de la justicia social, para cambiar el ejército de mercenarios de Bedoya. Me miró con la sonrisa en los ojos y se despidió diciendo que seguramente no iba a poder enseñar todo eso en un solo curso, pero teníamos que empezar.

Así aparecí en el aula de plástico frente a 60 hombres y mujeres de diferentes edades, etnias y razas. Con el saludo sentí el entusiasmo, confirmé una vez más que nuestra gente ansía el conocimiento, que es muy difícil pero la voluntad de entender y aprender es enorme: si no se sabe leer y escribir, se aprende, se aprovecha al máximo la capacidad auditiva, la memoria de los sonidos, de las palabras, de los conceptos.

Parecía un grupo normal de personas: unos del campo, otros de pueblo, se juntaban, intercambiaban, hasta jugaban y tarareaban canciones rancheras y vallenatos. Hasta que tuvieron alguna confianza y esa apariencia de normalidad dio paso a las escalofriantes historias de sus vidas. Nunca antes había tenido reunido tanto dolor, espanto, tormento y odio en el mismo sitio y a la misma hora.

Los héroes de Bedoya quemaron casas y cultivos, torturaron, cortaron cabezas, brazos y piernas, violaron mujeres y niñas, le abrieron el vientre a embarazadas, fusilaron hombres y ancianos. El humo no dejaba respirar y por el río flotaban cadáveres. Eran las mamás, hermanas, abuelas de los nuevos guerrilleros; los padres, tíos, primos, amigos, novios y novias de mis alumnos. Ellos se salvaron porque lograron correr unos, porque estaban en la otra loma, o en el pueblo o en un hueco que les abrió la tierra.

Les costaba trabajo hablar de lo ocurrido, las palabras se atragantaban, la mirada se pegaba al piso. Muchos nunca contaron nada, pero exigían la ley de talión. Ahí recordé la urgencia del Mono y la necesidad de transformar ese odio y sed de venganza en un proyecto político. Me dio risa, risa triste porque a mí, al instructor, me hervía la sangre. Recordé la frase de la cartilla de “Don de Mando”, el peor de los nuestros debe ser mejor que el mejor de nuestros enemigos. ¡Jamás seremos como nuestros verdugos! Nuestra venganza será hacer la revolución.